Según la primera acepción del diccionario de la Real Academia de la lengua española, traducir es “expresar en una lengua lo que está escrito o se ha expresado antes en otra”. ¡Bingo! En un lenguaje sencillo y entendible para todos, eso es traducir. Pero, ¿realmente es algo sencillo que pueda hacer cualquier persona que conozca otra lengua? Imaginemos que tenemos un primo, sobrino, hijo, ahijado, nieto, vecino,….. estudiando en París con una beca Erasmus y aprendiendo francés.
¡Fantástico! Ya tenemos una ayuda para poder entender esas cartas que nos están llegando desde Bélgica y poder así recibir la pensión que tanto ansiamos percibir en nuestra jubilación correspondiente a los años que pasamos trabajando allí.
Pero, ¿qué ocurrirá con las leyes, instituciones y legislación belga? ¿Cómo solucionará esos problemas nuestro “traductor”?
Debemos huir de esa idea que tenemos de que un traductor puede ser cualquier persona que conozca otro idioma.
Puede conocerlo, incluso comunicarse perfectamente, pero traducir es mucho más que eso.
Como hacía mención Marina Orellana en su libro La traducción del inglés al castellano, «el traductor “más leído”, más informado y conocedor de distintas materias, estará mejor preparado para hacer frente a su tarea» con lo que poseer una amplia cultura general y conocer bien los campos de especialidad de los textos, han sido siempre requisitos indispensables para ser un buen traductor.
El traductor profesional lleva a cabo esa ardua tarea de la traducción y son lingüistas con gran bagaje cultural que día a día van convirtiéndose en expertos de algunas materias gracias a dedicarse por completo no solo a trasladar a una lengua lo que está escrito en otra, sino también a explicar, interpretar,…
Juzguen ustedes mismos.